En Turquía nadie entiende nada, todo fluye y siempre hay pistache. En Estambul todos están apurados y parece que para cada cosa un par de escenas se contraponen: las calles están atiborradas con la muchedumbre, gritan y se mueven rápido; en el transporte público o una cafetería la gente es amable, se toman el tiempo para leer el periódico y reina la calma.