Aire (Aeroméxico) – Al filo del límite

Al filo del Límite

Paradójicamente, las caídas lo cambiaron y lo obligaron a reinventarse. “El pasado ya pasó, no hay nada que hacer. mejor trabajar en el presente.”

Un instante. Arly gira a la derecha levantando magia blanca con el monoesquí; otra pendiente. Rápido. 70 km/h. Arly se contonea en la montaña. Azul, rojo. Azul, rojo. Curva empinada. El monoesquí acaricia la nieve en cada viraje, Arly trae ritmo. Bajada veloz. 90 km/h. Otro instante. El cronómetro avanza impune, él también. Apenas es el comienzo. Una sonrisa.

En la montaña es él, con tierra o con nieve, no importa, siempre es él. Es mucho más que el esquiador paralímpico, panadero o conferencista; en la montaña es mucho más porque es él. Se cayó y se levantó muchas veces. Esa es su historia, levantarse cuando parece imposible, cuando la mayoría no se levantaría. Una vez arriba, sen- tir libertad al descender deslizándose en la nieve, con el aire fresco surcando sus pómulos. Y si se cae, volverse a levantar, otra vez.

Mucho antes de esquiar se descubrió feliz montado en su bicicleta descendiendo a toda velocidad; su vida cambió en un accidente que lo dejó sin movilidad del pecho hacia abajo cuando tenía 13 años, era campeón nacional de downhill. Tiempo después, cuando menos lo imaginó, encontró el deporte que lo regresó a su entorno natural, esquí adaptado. Para Arly, la magia está en que “es un deporte con muchas variables: una pista nunca se repite; con tanta velocidad un pequeño error te puede hacer caer. La clave es estar en el límite controlado. Hay una cantidad increíble de energía que controlas con el monoesquí”, cuenta durante la sobremesa en el restaurante Tupelo.

“ESQUIAR ES IR EN LIBERTAD, AL FILO DEL LÍMITE, CONTROLADO” Arly Velasquez

Paradójicamente, las caídas lo cambiaron y lo obligaron a reinventarse. “El pasado ya pasó, no hay nada que hacer. Mejor trabajar en el presente. Mi mamá y hermana, que son lo más importante para mí, pusieron toda la energía en mi recuperación y no en ‘pelear’ con lo que pasó…”, dice Arly, refiriéndose a sus dos accidentes: el de la bici; y, el que sufrió en su participación en Sochi 2014, donde perdio el control durante el descenso en downhill.

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EN CASA EN UTAH

En la base de Park City Mountain está la cabaña del National Ability Center, donde comenzó el hechizo que lo conectó con la nieve. Ahí conoció a Erik Bayindirli, un geek y exatleta paralímpico quien le enseñó cómo trabajar el monoesquí con sus propias manos, afilar el esquí, y después, a esquiar innumerables veces hasta ser el mejor esquiador alpinista paralímpico latinoamericano. Erik cambió su perspectiva en cuanto a la relación entre espacio, cuerpo y movimiento; su vida no sería igual, le dio más independencia.

Son muchas horas de entrenamiento diario, como en todas las disciplinas olímpicas, pero el dolor en diferentes partes del cuerpo es único porque él debe fijarse a la silla, a veces también aparecen llagas.

Aun así, Arly lo hace parecer fácil, y es sencillo olvidar que no mueve el abdomen ni la espalda baja mientras desciende rápidamente en la pista azul King Con, en Park City Mountain. Su impronta en la nieve es apenas perceptible. El viento lo despeina. “El aparato abraza todo el cuerpo, en mi caso desde el pezón –el último lugar donde realmente siento– hacia abajo. Debo amarrarme lo más fuerte posible al monoesquí para poder transferir hasta el más ligero movimiento, porque cuando bajas a más de 100 km/h en una montaña, los movimientos son finos y muy agresivos”. Disciplina. La preparación antes de esquiar es crucial en cuerpo y alma; Arly hace énfasis en que “la clave de los deportes paralímpicos es adaptarte a la herramienta. La disciplina para controlar diferentes variables es lo que lo hace emocionante incluso antes de tocar la nieve”.

Detrás de él, su amigo Romarico lo sigue esquiando sin bastones, le bastan casco, goggles y laso para el teléfono, así puede grabarlo libremente y experimentar diferentes tomas –es un apasionado del cine–; también para ayudarlo, aunque casi nunca es necesario. Se ríen casi todo el tiempo y trabajan en equipo.

Una sonrisa. Segunda bajada de la competencia. Rápido toma la pendiente. 68 km/h. Las banderas que marcan el camino quedan atrás velozmente, inertes. El monoesquí vibra en cada curva, él sigue raudo. 102 km/h. Izquierda, derecha, izquierda, derecha.

Arly se desliza resuelto en el slalom gigante: 59.65 segundos de principio a fin. No lo había visualizado ni en sus sueños. Cruza la meta, frena levantando nieve y con una sonrisa dice: “¡Es mi mejor tiempo desde antes de Sochi! No había competido por la pandemia, apenas pude esquiar en poco más de un año”. ¡Medalla de plata en la Huntsman Cup!

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