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Chile se vive mejor consintiendo los sentidos. Un buen vino en las alturas, desde donde se ven las imponentes montañas de la Cordillera de los Andes, es una experiencia imperdible en Santiago. Valparaíso es perfecto para descansar con la brisa del mar acariciando la piel. En Chile la vista, el gusto y el olfato se dan vuelo.
La ciudad de Santiago, cobijada por las implacables montañas de la Cordillera de los Andes, es de agasajo cuando se trata de consentir a los sentidos. Sus viñedos dan vida a un vino muy especial: Carmenere. El recorrido turístico “obligado” implica disfrutar de las vistas desde el cerro San Cristóbal, la gigantesca torre del Marriott Santiago Hotel o desde el Sky Costanera, visitar alguna viña (con cata incluida, por supuesto) o un paseo por el Centro Histórico para sentir la ciudad desde sus entrañas.
Primero lo primero. Vino + Chile es una fórmula icónica, una de las más representativas de Latinoamérica. Ahí, en Santiago (sí, en medio de la ciudad), está la bodega Cousiño Macul, que data de 1856 y que es prácticamente el último bastión del vino que aún pertenece a la familia fundadora. El recorrido entre parras y uvas es en bicicleta –también puede hacerse a pie–, de fondo la Cordillera de los Andes adorna; entre bodegones antiguos, relatos de la familia fundadora y cepas, disfrutar de al menos 5 variedades es parte crucial de mimar al paladar.
Las parras tienen entre 95 y 100 años de antigüedad y sus procesos son mayormente sustentables, pues cuentan con energía solar y riego por goteo. Después, la imperdible cata guiada. Eso sí, quienes más saben de vino, recomiendan disfrutar del “mejor” Carmenere del mundo, que, de acuerdo con los expertos de Cousiño Macul, se produce en el valle del Colchagua. Se trata de un vino coloración rojo rubí, con notas a frutos rojos y ligeramente floral; en boca, tiene taninos sutiles y acidez media. El emblema es Don Matías Reserva, y su nombre se lo debe al fundador de la viña. Los amantes del vino probablemente están enterados, pero no se puede dejar de mencionar que en Chile se revivió la cepa Carménère. En el siglo XIX la epidemia filoxera eliminó casi por completo los viñedos franceses, los enólogos tuvieron que empezar de nuevo, pero esa cepa no logró resurgir. Poco más de cien años después se descubrió que pocas cepas Carménère llegaron a Chile años antes de la epidemia –se sembró junto a plantaciones de Merlot y Cabernet– y no fue hasta los años 90s que la detectaron.
Cousiño Macul fue nombrada Viña del Año 2023 por la Guía Descorchados. Destacó Lota 2018 como el mejor tinto con 98 puntos, se trata de un blend 78% Cabernet Sauvignon y 22% Merlot; los amantes del vino no pueden dejar de probarlo.
Toca regalarle paisajes de pintura a la vista. Chile, especialmente Santiago, desde las alturas es diferente. El cerro San Cristóbal con la gigantesca figura de la Virgen de la Inmaculada Concepción en la cima es uno de los principales atractivos turísticos, y para llegar un clásico: el funicular que data de 1923 y que permite en 10 minutos de ascenso a ras de suelo, disfrutar de espectaculares vistas de la ciudad; el cuarto de máquinas es pequeño, pero aún se conservan esos engranes gigantescos de antaño y se puede observar cómo opera cada que sube un carro. Arriba está el café Tudor, donde se realizaban bodas –¡aún hoy se puede!– y es tradicional tomar un chocolate caliente.
Si de altura se trata, hablemos de Sky Costanera, una torre de 300 metros de alto, considerada el mirador más elevado de Latinoamérica. Más de 600 mil personas cada año suben hasta los pisos 61 y 62 (ellos ascensores suben en aproximadamente un minuto) para ver todo Santiago de Chile, y es que la vista es de 360°; la terraza superior es a cielo abierto. Arriba, los guías platican la historia de la ciudad, su arquitectura y geografía de la Cordillera de los Andes. Paradójico resulta que desde Sky Costanera, se ve el Marriot Santiago Hotel, que por mucho tiempo fue el edificio más alto de la ciudad y es un emblema turístico de Chile, pues fue el primer hotel Marriot en el Cono Sur. Dato curioso: el color cobre del edificio, es en honor a la industria minera chilena.
Descanso del descanso.
Lejos de la ciudad, pegado a la costa, está Valparaíso, donde la cultura brota de sus paredes coloridas, con pintas de todo tipo. No importa si es una barda de una calle escondida, el muro de una casa o una escalinata, la ciudad está llena de esmalte. Algunos trazos tienen referencia política innegable; otros son por amor al arte, porque sí, y algunos otros mezclan historias personales con algunas referencias al pasado o presente de la ciudad costera. Subir las colinas puede ser abrumador, especialmente bajo el calor veraniego, pero por suerte, los históricos funiculares del siglo XIX siguen funcionando y permiten llegar a la cima con calma y disfrutando de la vista.
Hablando de vistas únicas, la del Sheraton Miramar Hotel. Está situado entre Valparaíso y Viña del Mar (es el hotel favorito de las estrellas que se presentan en el festival musical) así que el paisaje destaca donde se posen los ojos. Aún más impresionante, es la vida que sobrevuela el hotel y la playa que lo rodea: muchas gaviotas, como en la mayoría de las costas, y ¡pelícanos! Tan cerca que casi se refrescan en la piscina.
En Chile se consienten los sentidos. Una escapada diferente, a la meca del vino latinoamericano. Al son de un Carmenere, ya sea en la altura de las imponentes torres de Santiago o junto al mar, se da gusto al gusto y se asombra a la vista.
Si quieres ver la publicación original en Esquire, revisa aquí:
Consintiendo los sentidos en Chile copy
Datos para la visita:
Pueblito Los Dominicos – Monserrat Pavez y otros artesanos se encuentran en el pueblito, vale la pena dedicarle al menos un par de horas al recorrido.
*Está publicación se realizó con el apoyo de Marriott.