El Economista – Los recolectores de basura en tiempos de pandemia

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Expuestos al contagio, con magros ingresos y soportando la indiferencia social; “el último cubrebocas nos lo dieron hace un mes”, dice un empleado del servicio de limpia. 

“La gente es muy indiferente con nuestro servicio, pero sí es esencial: imagínate cómo sería un día si el sistema de limpia se detuviera, por ejemplo, restaurantes u hospitales, qué pasaría si se les quedara la basura sólo un día…” Mano. 

 

Ya lo cantaba “Don Napo” –con escoba en mano y su característica sonrisa– en El Barrendero: “Y soy barrendero, quiero a mi ciudad y salgo a pulirla con todo esmero… Soy barrendero, recorro calles, barrios, colonias, pa’ su limpieza… aunque haya veces que los olores me hagan doler hasta la cabeza…”. Cantinflas dio visibilidad a la profesión de “los rifados de la basura”, miles de personas que todos los días, feriados o no, recogen más de 13 mil toneladas de residuos sólidos, sólo en la Ciudad de México.

La pandemia golpeó inesperadamente a todos, pero a unos golpeó más que a otros. Hay muchos frentes de batalla, y es importante reconocer a quienes diario arriesgan su vida ayudando a los demás; doctores y enfermeros protagonizan la narrativa de la lucha contra el Covid-19, y con razón. Pero qué hay de quienes son invisibles para la mayoría de la gente, y si los ven, muchas veces son ninguneados, empezando por el mismo gobierno. Y, sin embargo, son indispensables, más de lo que muchos imaginamos.

En la Ciudad de México, hay más de 14 mil trabajadores sindicalizados y 10 mil trabajadores “voluntarios” en el servicio público de limpia de la Ciudad de México, de acuerdo con datos de la Sección 1 de Limpia y Transportes, del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México. Para dejar el panorama un poco más claro: “Los trabajadores de base son empleados del gobierno, tienen sueldo y prestaciones de ley; los Nómina 8 cobramos $1,500 pesos quincenales… y los voluntarios, se llevan lo que juntan entre propinas, y lo que venden de PET, vidrio, cartón, plástico, o la cháchara que sale” aseguró el “Chino”, empleado de Nómina 8, que recorre colonias de la delegación Cuauhtémoc.

Heroínas y héroes imprescindibles para mantener la salud de la población y el medio ambiente. Aproximadamente 41.6% de los recolectores de basura en la CDMX viven al día, no reciben siquiera el salario mínimo ($3,746 pesos mensuales a escala nacional), y ya no se diga de prestaciones que les den legalidad y certeza jurídica; aquellos que lo cobran, apenas son dotados con herramientas y materiales de trabajo necesarios. En contraste, todos, absolutamente todos, realizan su trabajo bajo un alto riesgo por las condiciones naturales de su labor, y aún más en las condiciones de la crisis sanitaria causada por el Covid-19, pues están expuestos directamente a residuos que pueden generar contagio.

“Y soy barrendero, soy muy feliz pues ya la basura me tiene miedo, pero me da coraje que ya las calles quieran hacerlas un basurero…” siguió cantando Cantinflas, bailando con la escoba y coqueteándole a unas damas. Con ese personaje tan entrañable, Mario Moreno redignificó la profesión -en sí misma ya es digna–, aunque el gobierno no los provee de condiciones y materiales de trabajo apropiadas.

La experiencia en la calle en tiempos pandémicos no es nada sencilla. Basta con subirse a un camión recolector de basura un par de horas para ver lo que tienen que pasar día a día estos trabajadores. “Mano” es el chofer de uno de éstos de la delegación Cuauhtémoc, es contratado de base; todos los días “Fer”, voluntario, lo acompaña recorriendo calles de la colonia Roma, barrio neurálgico para el turismo de la CDMX y económicamente activo dada la cantidad de oficinas, restaurantes, hoteles y hospitales en la zona.

Trepados en el camión, muy temprano, comenzó la travesía. Los tres vamos sentados en los únicos asientos. De fondo se escucha el ruido del motor y el coro del amanecer de los pájaros. En el tablero está un bote de gel desinfectante, plumas, un cuaderno; del espejo cuelga una pata de cabra o borrego… en las vestiduras del techo está atorada una imagen de la Virgen de Guadalupe.

–¿A qué hora empieza la jornada laboral? ­–pregunté a Mano.

–A las cinco de la mañana. Para terminar no hay hora, podemos terminar a las once de la mañana o a las siete u ocho de la noche.

–¿Cuál es la diferencia entre voluntarios y contratados?

–Fer es voluntario –contestó Mano señalando a Fer, mientras giraba el volante–. Él no tiene sueldo y sólo gana de las propinas y lo que salga en el día, sólo eso.

–Entonces, ¿tampoco hay seguro social, prestaciones, uniformes?

–No, no hay nada de eso. Él tiene que conseguirlo por su cuenta. –dijo tajantemente Mano.

–Por ejemplo, la señora del cuarto piso, me paga al mes porque pase por su basura, por el Covid y eso, me ha dado más dinero. En los puestos de comida, por la atención que se les da, a veces nos invitan un taco, o a veces un refresco. –intervino Fer.

–¿Ustedes cuentan con todas las prestaciones? –pregunté a Mano.

–Sí, tenemos todo. ISSSTE, seguro de vida… de hecho, por la zona, el hospital donde nos atenderían en primera instancia es el Dalinde. Hay compañeros que comprimiendo la basura, se han cortado el dedo o la mano, se han caído del camión acomodando las cosas, y de primera instancia los pueden pasar a ese hospital, y nuestro seguro cubre cierta cantidad.

–En relación con el Covid-19, ¿les han dado equipo para trabajar?

–Pues… –contestó Mano dudoso– gel antibacterial, cubre bocas, desinfectante, caretas, guantes…

–¿Y a ti también Fer?

–No, todo lo tengo que conseguir yo.

–Por ejemplo –interrumpió Mano–, el último cubre bocas nos lo dieron hace un mes. Entonces, pues ya no sirve, tenemos que estar comprando cubre bocas y todo.

–Y con la pandemia, ¿aumentó el ritmo de trabajo?

–Con el Covid-19 el trabajo bajó bastante –, aseguró sin miramientos Mano.

–Yo pensaría que subió porque mucha gente está en casa…

–Es que la mayoría de los lugares aquí alrededor son oficinas, restaurantes, bares… entonces, en las oficinas, por ejemplo, un día trabajaba la mitad y otro día la otra mitad. En los restaurantes no hay quién consuma si no hay oficinas o escuelas. Ahorita la situación está bastante complicada.

–En tu caso Fer, ¿se redujeron las propinas?

–Sí, vivimos al día.

–A nosotros no nos redujeron ni hubo aumento – agregó Mano.

–En las noticias aparecieron varias notas que hay muchos trabajadores de limpia de la CDMX contagiadas, y muchos otros, cientos incluso, que lamentablemente fallecieron.

–De hecho, estuve contagiado –contestó Mano rápidamente, me tomó por sorpresa–, ¿qué tiene, como un mes que regresé a trabajar? –preguntó a Fer directamente quien asintió–. Me contagié yo, mi esposa, mi papá, mi mamá… mis papás sí tuvieron que estar hospitalizados; yo estuve en casa con mi esposa, gracias a Dios no tuve que ir al hospital, pero sí es una situación bastante complicada. Te das cuenta de que con esta enfermedad estás sólo, la gente te dice que te “echa la mano”, que te apoya, pero cuando realmente lo necesitas, por el miedo a contagiarse, ya no se “avientan” tan fácil. El problema es que no sabemos cómo o dónde nos contagiamos.

–¿La gente separa los residuos?

–Mira –dijo con pesar señalando unos botes afuera de un edificio–, en las bolsas de basura todo viene revuelto, es parte de lo que tenemos que hacer nosotros, la separación. Hay mucha gente que es muy inconsciente, aquí en las oficinas llegan muchos contagiados y no dicen, tal vez por miedo a dejar de trabajar y que les hagan un descuento, prefieren no decir… y es un riesgo para todos. Los cubre bocas igual salen completos, no los rompen, no los ponen aparte.

–¿Y qué pasa con esas bolsas cuando el camión llega al depósito?

–Se llama “Transferencia”. Ahí hay unos botes especiales para depositar todo ese tipo de residuos.

La plática se interrumpió cuando llegamos a recoger basura a unas oficinas de gobierno. Las recogieron una vez que les dieron permiso para entrar al sótano por las bolsas, las subieron al camión y la plática continuó.

–Aquí hay agua y jabón por si quieres lavarte las manos –dijo Mano amablemente.

Los tres nos lavamos antes de continuar.

–Te digo que hay gente muy grosera –continuó la plática Mano, con tono de decepción–, como el policía de la secretaría. Otros son muy amables con nosotros –dijo poco más animado–. Incluso entre los compañeros, eh. Todo se sabe entre los compañeros, quién se enferma, de qué se enferma y todo. No te creas, regresar a trabajar después de contagiarte de coronavirus es complicado; hay compañeros que se burlan, a lo mejor porque no lo viven en carne propia, pero sí es una situación complicada, imagínate: mi esposa y yo en casa enfermos, mis papás hospitalizados; la frustración e impotencia de no poder moverte a ayudarlos.

–Aquí hay de todo. Hay gente que le dices que tiene que separar su basura, porque como ciudadanos, tenemos la obligación de separar la basura, y muchos se enojan, nos dicen que es nuestro trabajo, que para eso nos pagan, hay gente muy grosera –, complementó Fer.

–El primer informe que nos dieron en el hospital era que mi papá estaba grave –continuó Mano–, que como su oxigenación era baja, su corazón podía empezar a fallar en cualquier momento… y pasa por la mente que si llega a fallecer, pues ni siquiera me podría despedir, qué va a pasar. Es lo difícil de esa enfermedad, que estás sólo.

–Las pruebas para saber si están contagiados, ¿se las hizo el gobierno?

–Yo tuve que pagar mi prueba, me salió en $1,400 pesos. Ahí por donde vivo hay un quiosco para el examen Covid, fui con mi esposa, la prueba es gratuita, al principio nos dijeron que nos iban a dar apoyo, una despensa y todo… la despensa sí llegó, según el gobierno dan tarjetas con mil pesos, pero son tarjetas sin fondo, nos la dieron desde principios de septiembre, estamos en octubre y sigue sin fondos.

–¿Cuántas pruebas tuviste que hacerte?

–Fueron tres.

–¿Tú pagaste todas?

–Una, la primera. Las demás fueron en los quioscos del gobierno.

–¿Fernando no se contagió?

–Él no se contagió. De hecho, en el momento que me empecé a sentir mal, ya no vine a trabajar. Mi esposa se enfermó, y por lo síntomas que teníamos, el doctor nos dijo que era 90% de probabilidad de ser Covid-19, que era necesario hacer la prueba porque ella padece de asma, era mi principal preocupación en ese momento. Mis papás dicen que todos los rumores de cómo están los hospitales son mentira, ellos estuvieron en el Adolfo López Mateos, que es del ISSSTE, y me contaron que recibieron atención de primer nivel, mi mamá estuvo una semana hospitalizada, mi papá 15 días; los dos salieron bien, mi papá algo delicado, salió con oxígeno, le mandaron 5 litros por minuto al principio, tenía que usarlo 18 horas al día, ahorita, por suerte, ya lo usa cada tercer día. El ISSSTE le mandó un generador de oxígeno y aparte un tanque de oxígeno grande por si llegara a ir la luz, esos gastos sí están cubiertos porque somos trabajadores de gobierno, pero si fuera Fer, pues no… A pesar de que yo pertenezco al ISSSTE, todos mis gastos los tuve que cubrir por mi cuenta, fue un mes que me “aventé” sin trabajar. Fueron 18 mil pesos entre consultas y medicamentos. Gracias a Dios la libramos.

–No todos los compañeros han tenido la misma suerte…

–No. Un compañero se infectó, él, su hermano y su papá, y dice que su papá falleció después de cuatro días.

–¿Qué hacen con la ropa cuando llegan a casa? ¿Cómo evitan contagiar a la familia?

–Mi esposa es muy quisquillosa en ese aspecto. En la entrada tenemos tapete desinfectante, el doctor nos recomendó rosearnos con sanitizante (sic), lavarme las manos, un baño… Con la ropa siempre va a haber controversia, a mis papás les dijeron que tiraran todo, a mí me dijeron que se lavara normal, que el jabón y la espuma cortan el virus. También nos recomendaron las sales cuaternarias, 50 gotas por medio litro de agua.

–¿Qué medidas han tomado ustedes aquí en el camión?

–Tratamos de tener cuidados con gel antibacterial, jabón, agua, cubre bocas, guantes. Tratamos de prevenir.

Nos detuvimos nuevamente. Mano y Fer bajaron a separar las bolsas que habían recogido. Esa pausa duró aproximadamente 40 minutos. Entre las bolsas me acerqué a Fer intentando no interrumpirlo mucho tiempo.

–¿Cómo separan la basura?

–Separamos el material por tipo: PET, aluminio, latas, papel blanco, orgánicos. –contestó Fer mientras separaba cosas.

–¿Qué haces tú cuando llegas a casa?

–Tengo un spray con alcohol, me roseo (sic), la ropa la separo y me meto a bañar. También tengo gel, me lavo las manos con agua y jabón.

–¿No te da miedo contagiarte?

–La verdad no mucho, sé que está presente, pero la verdad no. A lo mejor corro peligro, pero no me fijo mucho en eso. Ando normal, al día.

–¿Tienes algún plan por si te contagias?

–No he pensado en nada de eso –dijo Fer.

Una vez arriba del camión, continuamos la plática. Esta vez el radio ya estaba encendido.

–¿Has notado cambios en lo que tira la gente durante la pandemia?

–Más desechable. Como ya mucho es para llevar, ahora es más unicel, plástico, y cubre bocas, guantes.

–Si pudieran decirle a la gente cómo los pueden ayudar a hacer su chamba más fácil, ¿qué le dirían?

–Que sean conscientes. Con el Covid-19, cubre bocas, papel higiénico, guantes, pañuelos desechables… que viniera estrictamente aparte, marcado –contestó Mano tajantemente.

–Supuestamente ya se le había pedido a la población que separara la basura, en orgánico e inorgánico, yo les pediría que pusieran más atención y cuidado en eso –intervino Fer. A eso, sin duda, también agregaría las propinas que reciben, fundamentales en su día a día.

–La gente es muy indiferente con nuestro servicio, pero sí es esencial: imagínate cómo sería un día si el sistema de limpia se detuviera, por ejemplo, restaurantes u hospitales, qué pasaría si se les quedara la basura sólo un día. Son cosas que la gente da por sentado. Hay quienes dicen que los médicos y los enfermeros arriesgan su vida todos los días estando en contacto con gente que tiene coronavirus, nosotros, en cambio, no sabemos si convivimos con gente que está infectada o no; tenemos contacto con material no marcado –cerró contundentemente Mano.

Cantinflas, en la última película que protagonizó, dio vida a un coqueto barrendero, una profesión retadora y complicada, especialmente en México, aún más en tiempos de Covid-19. “Don Napo” terminó así su himno: “Y soy barrendero, de día y de noche, de mi energía yo hago un derroche. Por mi nación de limpieza soy campeón, y a mi escoba yo la quieroooo”.

Los recolectores de basura en tiempos de pandemia

 

Link a publicación original en El Economista.

Si quieres ver la segunda parte, revisa Los rifados de la basura, ¿héroes invisibles? o en la publicación original en El Economista.