Travel + Leisure – Tras la huella

IMPRESO

Un objetivo: jugar en el bosque mientras el oso no está, y cuando aparezca, entonces tomar un par de fotografías… y correr, correr muy rápido.

 

La historia de Banff nos remite inevitablemente a su imponente naturaleza, hacia 1885, cuando estaba en construcción el ferrocarril que cruzaría Canadá de este a oeste, unos trabajadores encontraron aguas termales, y ahí, decidieron construir un pueblo sólo para disfrutar, nada más.

Bajo advertencia no hay engaño. La misión no sería sencilla, los locales saben que encontrar un oso no es fácil, mucho menos si la nieve se adelanta un par de semanas. Son el mayor depredador de la zona y saben esconderse muy bien entre los árboles. Buscar un oso en el bosque o las montañas rocosas requiere seguir las instrucciones de seguridad al pie de la letra, por los osos y por los turistas, así que las opciones se redujeron a una: interminables viajes por la carretera que lleva al glaciar Athabasca, en el parque nacional Jasper (aledaño al de Banff), varios vasos de café, paciencia, buena música, bocadillos, más paciencia, y mucha suerte, mucha.

Banff tiene dos facetas: la urbana pero rústica con un pueblo pintoresco, como de cuento de hadas con cabañas de madera de techo alto y tejas color marrón, luces blancas que adornan las cornisas, chimeneas para disfrutar un chocolate caliente, terrazas con jacuzzi, camas de sábanas de algodón egipcio, restaurantes con cortes típicos y no tan típicos, botellas de vino; y la mágica de la naturaleza, que comienza al pie de los cientos de montañas rocosas que hacen cosquillas al cielo, lagos de azul despampanante, pinos inquebrantables y glaciares imponentes.

Enfundados en gruesas chamarras, guantes y botas, comenzamos la búsqueda. El lugar más cercano e improbable por el bullicio de la gente: Summit Of Tunnel Mountain. La montaña que está al pie del pueblo. Locales y turistas hacen senderismo, se ve de todo: personas de la tercera edad acompañadas de su perro, familias con niños muy pequeños, atletas que limpian los pulmones, curiosos que analizan cada centímetro del bosque; en los árboles las ardillas suben y bajan buscando comida, pájaros vuelan de un lado al otro, tal vez alguna marmota y más ardillas. En la cima un par de bancas sirven de descanso para admirar el pueblo. Fuera del sendero marcado el bosque tiene otra vida, huellas de alces perdidas junto a una piedras, huellas de lobo apartadas, solitarias, junto a un árbol.

La búsqueda de los osos inevitablemente lleva a encontrarse con otros animales increíbles. Del otro lado de Sunnit of Tunnel Mountain está el famoso campo de golf  Stanley Thompson (disponible entre mayo y octubre), que cuando no tiene pelotas volando de un lado al otro, tiene alces, ciervos y alces sin-nombre-en-español-de-otro-tipo, pastando. Y es que en Canadá la variedad de estos imponentes cornudos mamíferos da para que tengan diferentes nombres en inglés.

Siguiendo los consejos de los expertos: la alarma sonó a las 6:14 de la madrugada. Un par de cafés y croissants calientes, y alejados varias decenas de kilómetros del pueblo está una parada obligada, Herbert Lake para ver el amanecer, un paisaje imperdible según los lugareños. Nos instalamos al pie del lago apenas unos minutos antes de que el sol apareciera, inmensos pinos enmarcaban el perímetro del agua y al fondo, las montañas cubiertas de nieve. El espectáculo estaba en el cielo y reflejado en las montañas, pero también al borde de la carretera donde se detienen fotógrafos para captar el momento único –único para cualquiera que está acostumbrado a ver rascacielos todos los días, para aquellos que ahí viven es una escena tan común como impresionante.

Otro café y más kilómetros en la interminable carretera hacia el glaciar, construida sólo para ver los lagos que roban el aliento, y que a su vez sirve de pretexto para levantar puentes naturales para que los animales puedan cruzar de un lado al otro. El camino tiene incontables sorpresas: una parada imprevista en Bow Lake, incrustado entre las montañas rocosas, de agua azul turquesa. Una caminata entre los árboles que lo rodean para probar suerte. Más adelante, otra parada inesperada en Peyto Lake que tiene forma de lobo, dicen –precisamente al pie del glaciar Peyto–; ahí, para no perder oportunidad, una larga caminata sobre la espesa nieve subiendo el Bow Summit. No hubo osos, apenas vimos contadas ardillas, pero la vista desde la cima es simplemente increíble. El silencio es rotundo, hipnotiza.

Cambio de estrategia, tal vez, sólo tal vez, los osos podrían aparecer más cerca de lo que podríamos imaginar. Y es que a pesar de ser otoño la nieve se adelantó pero sólo en algunas montañas, en otras el color predominante de las hojas sigue siendo rojizo y anaranjado. Escuchamos que apenas unos días antes algunos osos aparecieron cerca de Morant’s Curve, un icónico recoveco en una carretera secundaria donde se pueden captar la imagen del tren al pie del río Bow, pero una vez más, el tiempo toma forma diferente y hay que esperar a que el tren pase, a veces algunas horas, en cualquier caso, la imagen sin tren es muy bella.

Tal vez los osos se movieron más cerca de Lake Louis, el último –diminuto– pueblo donde se puede cargar gasolina, comprar bocadillos, e incluso alojarse, ah y claro, último lugar con señal móvil antes de recorrer la interminable carretera al glaciar Athabasca. Alrededor del lago se pueden hacer caminatas, senderismo y escalada en la montaña, kayak en verano y esquí en el invierno… incluso hay aventureros que se atreven a darse un chapuzón en el lago, que debe el color azul turquesa al agua derretida del glaciar Victoria. Ahí está el Fairmont Chateau Lake Louis, un lujoso hotel que bien podría parecer un castillo moderno.

Paciencia, sólo se necesita paciencia. Poco probable que aparecieran cerca del glaciar Athabasca pero si hasta ahora las caminatas y lagos nos habían dejado boquiabiertos, el glaciar prometía mucho más. A la mitad de la nada –irónicamente lo que hay son inmensas montañas cubiertas de nieve, frío que cala los huesos y hielo, mucho hielo– está el Columbia Icefield Discovery Centre donde está el skywalk, con suelo de vidrio, que se levanta a más de 280 metros de altura desde donde se puede ver el glaciar, cascadas del agua que se derrite, fósiles y con suerte, alguna águila. Silencio. En el camino, a mitad de la nada, entre hielo, nieve y gigantescas montañas –sobre las faldas–, algunas cabras montesas pastan tranquilas y trepan.

De nuevo cerca del pueblo. La fórmula es sencilla: menos nieve, más probabilidad de osos. Un lienzo blanco. Con una brocha de dos y medio pulgadas tomamos un poco de azul phthalo y dejamos que las cerdas bailen sobre la tela, esparcimos poco a poco la pintura… bien, eso es, dejamos que el blanco de la base y el azul se mezclen. En la cima de Sulphur Mountain, a la que sólo se puede acceder con una góndola, está uno de los mirador que deja sin aliento, especialmente al atardecer. Ahí se puede cenar a la luz de la luna, Sky Bistro está recién renovado, las paredes son de vidrio así que se pueden admirar las montañas al calor de una copa de vino. No hubo osos, pero a la distancia distinguimos borregos cimarrones, sus cuernos tienen propio encanto.

Cambio de ruta, esta vez hacia el Lake Minnewanka donde el paisaje sigue siento imponente, menos nieve pero más azul. Ahí se puede recorrer prácticamente en tierra y agua. El senderismo en las montañas es emocionante, tanto la ruta a la cima como la recompensa final. En agua hay botes que recorren el lago de un lado al otro, incluso hay quienes se aventuran a bucear en el agua helada. Ahí una pista, no muy lejos otros turistas encontraron algunas huellas de oso. En Two Jack Lake el guión de la pintura seguiría así: tomamos otro poco de azul phthalo, lo combinamos con verde viridian y un poco de blanco, bien, ahora dejamos que el agua cobre vida sobre el fondo, muy bien, eso es, tenemos un lago hermoso, contento. Con la espátula haremos montañas magníficas al fondo, un poco de rojo carmesí, negro media noche, bien, eso es… Pensar que cualquier pintura de Bob Ross es apenas linda comparada con ese espectáculo. La escena del atardecer en ese lago es una de las postales más impresionantes que he visto, después de un par de fotografías, al pie del lago, admirar cómo se obscurece el cielo, sin ningún ruido alrededor, ese es el verdadero lujo Banff.

Después de cientos de kilómetros recorridos arriba y abajo, una última oportunidad. Cerca de Banff Upper Hot Springs podrían estar los osos, es una zona muy tranquila, la nieve cedió un poco algunos días y podrían encontrar comida antes de hibernar. El bosque es alto, los pinos coquetean con las nubes y en el suelo hay hojas de otoño; una que otra ardilla se asoma por ahí, pero no hay rastro ni siquiera de una huella más antigua de un oso. La incansable búsqueda estaba resignada a encontrar algo en el camino de regreso a Calgary, la ciudad más cerca. Antes, un merecido chapuzón en las aguas termales.

De regreso en Banff para disfrutar del pueblo. Tiene encanto propio, si no hace mucho frío andar en bicicleta o salir a correr es especial, no todos los días se puede tener de fondo alguna de las imponentes montañas. Apenas en el perímetro hay 7 cascadas que dan otra dimensión a la escena de montañas y bosque. En los restaurantes hay de todo: cortes de carne de res, o de alce, o de ciervo; el clásico canadiense: poutine; comida griega, italiana, francesa…

La leyenda sería más o menos así: con osos o sin osos, allí donde hubiere fuentes naturales de aguas termales que dan calor entre las frías montañas del glaciar, reposarás y disfrutarás del aire fresco. Dicho y hecho.

Es innegable sentirse decepcionados por no dar ni con la sombra de un oso, pero aquella desilusión nos llevó a encontrar un destino, que contracorriente, desafía la definición cliché de paraíso, y la redefine como un gélido espectáculo donde la naturaleza del bosque y las montañas, son el verdadero lujo.

Detrás de la huellas se esconde un lugar mágico.

  • El Parque Nacional Banff es el más antiguo de Canadá y forma parte de los Parques de las Montañas Rocosas de Canadá, que son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO

En el campo de golf Stanley Thompson, el cuarto hoyo (par 3) es conocido como el “Caldero del Diablo”, los jugadores deben hacer el primer golpe sobre un lago turquesa hasta una zona de pasto más corto escondida por su forma cuenca.

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