National Geographic Traveler Latinoamérica – Escocia, al son de la gaita

IMPRESO

Una línea punteada proyectaba el roadtrip a lo largo y ancho de Escocia para descubrir el origen de un sinfín de cuentos basados en clichés. Valientes hombres de barba pelirroja e incansable ímpetu, ataviados en kilt (¡jamás de los jamases llamen falda a un kilt!), que beben whisky al son de la gaita. Castillos que resguardan relatos de caballeros y princesas, y sobre todo, historias de inagotable lucha por la independencia. Mujeres bravas de corazón noble y lengua suelta. Escocia se cuece aparte por sus estereotipos, y estos son lo que le dan sabor.

 

El corcel blanco galopaba a toda velocidad esquivando robustos troncos y frondosas ramas. El kilt bailaba al son de la cabalgata; el tartán de cuadros azules y verdes se camuflaba con el denso bosque. En el último piso de la torre, la bella princesa, aferrada a la ventana, con la mirada perdida en el lago que rodea al castillo, esperaba al valiente galán. De sopetón, Ana cerró el libro y me pidió que arrancara. Aventé el mapa del susto.

Heid doon arse up!  – ¡Órale!

Por la mañana habíamos hecho una excursión por el parque regional Clyde Muirshiel buscando el castillo Kelburn que desde la fachada enamora: lejos del imaginario medieval, la edificación, que data del siglo XIII, está decorada del punto más bajo al más alto con una serie de caricaturas surrealistas. El colorido grafiti contrasta con el bosque que lo resguarda. Era tarde, llevábamos algunas horas en el auto, la carretera era estrecha y sólo se vislumbraban gigantescas montañas con árboles frondosos. Kilómetro 117. El hambre comenzaba a hacer mella y no parecía haber algún lugar donde pudiéramos probar bocado; el destino final de aquél día era prometedor, así que no haríamos ninguna parada: una noche en el castillo Kilmartin, un casón del siglo XVI que fue restaurado y que hoy recibe huéspedes con alma de protagonistas de historias fantásticas.

Slàinte mhath! (se pronuncia slang’e va en gaélico)  – ¡Salúd!

A la mañana siguiente llegamos a Oban, un pueblo pintoresco enclavado en la costa oeste. Casas de piedra con tejados grises se levantan al pie de la montaña; ahí, una de las destilerías de whisky –del mismo nombre– más antiguas produce más de 670 mil litros cada año. Ana dejó el libro en el auto y se concentró en entender el proceso de malteado de la cebada. Yo seguía intentando entender el mapa. Después de un par más de horas en el coche hasta el puente Glenfinnan, un viaducto ferroviario, más famoso por servir de inspiración para el Hogwarts Express de Harry Potter que por el vistoso panorama, que es increíble. El rumbo nos llevaba a Isle of Skye, una isla aledaña a la costa oeste de Escocia con coloridos pueblos, fastuosos caminos para hacer excursión (siempre de la mano de un paraguas y botas) y espectaculares paisajes; pero el destino nos jugó una mala pasada y no alcanzamos el último ferry para cruzar, y es que en Escocia todo comienza a cerrar a las seis de la tarde; bueno, casi todo: los pubs siempre están abiertos. Tuvimos que volver por donde llegamos y tomar el camino que lleva al puente; las vistas hacen que el recorrido pase sin pesar. Kilómetro 543. Finalmente, al filo de la media noche, aún con el sol coloreando de naranja el cielo, llegamos hasta Portree.

Yer aff yer heid!  – ¡Estás loco!

Kilómetro 617. Dicen que a los escoceses no se les entiende nada. Es verdad. A veces ni entre ellos se entienden. La pinta de rudos es innegable, tras un par de güisquis y algunas cervezas, se descubren amistosos y relajientos, un par de horas después todo son abrazos y carcajadas, aunque nadie entienda nada. Esa noche descubrimos que no todos son pelirrojos, y sobre todo, que son muy amigables.

El dragón seguía resguardando el castillo al filo de la entrada. Si el galán de corcel blanco llegara a tiempo, debía sortear a la salvaje criatura, cruzar el puente y llegar hasta la cima de la torre. La doncella esperaba impaciente, había visto miles de atardeceres y la maldición no le permitía moverse de la alcoba.

It’s a dreich day!  – ¡Es un día horrible!

En Isle of Skye la aventura nos llevó a hacer diferentes excursiones. Hacía frío, el viento soplaba fuerte, había algo de neblina y llovizna… básicamente el clima miserable común en Escocia. Subimos a pie hasta la punta de Old Man of Storr; las rocas en la punta de la montaña se levantan imponentes; desde ahí se pueden ver los pastizales aledaños, el islote Raasay y las montañas de la misma isla. Mientras recorríamos Skye de norte a sur, descubrimos a la “vaca peluda de la montaña escocesa” (el nombre real no tiene traducción en español), una raza de vaca cornuda y de fleco con estilo, autóctona de las tierras altas de Escocia. Pasamos por las Fairy Pools, un par de cascadas y estanques entre montañas, donde uno es capaz de transportarse a un cuento mágico. Cien kilómetros más y llegamos al Kilt Rock, un acantilado que visto desde frente parece el famoso atuendo típico escocés. Al sur de Isle of Skye está uno de los mejores restaurantes de Escocia: Kinloch Lodge. El restaurante está dirigido por Marcello Tully, quien ha ganado una estrella Michelin por siete años consecutivos. Después de un día ajetreado cerramos con una cena de cinco tiempos donde destacó la crema de calabaza, y un jugoso filete de ternera Angus Aberdeen con mousse de queso azul en salsa de brandy, y chalote confitado.

Otro día. Kilómetro 834. Recorrimos estrechas carreteras a través del bosque hasta que se asomó frente a nosotros el castillo Eilean Donan, una hermosa edificación que posa sobre un islote a mitad de un lago. Nos acercamos para admirarlo, cuando nos sorprendió el sonido típico de la gaita; un hombre en kilt tocaba canciones típicas, de fondo estaba el castillo. Una imagen llena de clichés que hipnotizan. La gente lo rodeaba para escucharlo y dejarse llevar entre las notas hasta lo más profundo de la imaginación.

Yer oot yer face! – ¡Estás muy borracho!

De camino hacia la destilería Glenmorangie rodeamos Loch Ness, el famoso lago donde supuestamente reside el monstruo y sus infinitas leyendas. Kilómetro 1038. Todas las carreteras enamoran con las vistas; de vez en vez hay señalizaciones advirtiendo que un ciervo o un borrego puede cruzarse en el camino, y sí, a veces sucede. Finalmente llegamos a Glenmorangie, una de las destilerías con más renombre de Escocia. Ahí descubrimos que whisky significa “agua de vida”. Nos explicaron cómo se produce, desde la cosecha de la cebada, el malteado y finalmente, la destilación. Más de mil kilómetros a cuesta y aún faltaba recorrer la costa este, pero los clichés se derrumbaban poco a poco. Los escoceses no usan kilt todo el tiempo, de hecho, el atuendo actual es un “invento” moderno. Antes era utilizado cómo una túnica para contrarrestar el gélido clima. Los diseños de tartán están directamente relacionados con las plantas y hierbas de cada lugar que servían para dar color a lana y no para distinguir a un clan de otro.

El caballero, aún en el corcel, seguía a toda velocidad. Quería rescatar a la princesa aunque la vida se le fuera en ello. Se detuvo en una cañada en medio del bosque. Un hada apareció. “Cuando la gaita deje de sonar, encontrarás el camino hacia el castillo, pero cuidado con el monstruo”…

Kilómetro 1325. En Aberdeenshire, al noreste de Escocia, hay incontables castillos que relatan historias de lucha entre ingleses y escoceses, católicos y protestantes. Algunos en realidad son casas fortificadas que pertenecieron a poderosos jefes de clanes, otros sí fueron castillos que sirvieron para resguardar a reyes o joyas de la corona. Precisamente, al filo de la costa del Mar del Norte, sobre un acantilado, está el castillo Dunnotar, hoy en ruinas pero que alguna vez sirvió como guarida para el famoso William Wallace o María Estuardo, Reina de los Escoceses. Ahí detuvimos el coche un largo rato, la brisa permite sentarse a descansar. Otro gaitero apareció. La imagen parecía de cuento, como el de Ana. El instrumento de viento es típico de la cultura celta (aunque también se utiliza en otras zonas de Europa). En Escocia, históricamente, se utiliza para acompañar al ejercito, inspirar a los soldados e intimidar al enemigo; pero también en bailes populares de corte más alegre. Contrario a la creencia común, no todo mundo sabe tocarla.

Noo jist haud on! – ¡Tómate tu tiempo, tranquilo!

Kilómetro 1894. El mapa se mostraba más amigable hacia el final. Visitamos algunas casas fortificadas donde se pueden apreciar majestuosos jardines y muebles con siglos de historia. A una hora al sur de Dunnotar está Stirling, antigua ciudad que resalta en la historia porque su castillo sí sirvió como residencia de la realeza escocesa; ahí se decidió en varias ocasiones el futuro de Escocia, se luchó por la independencia. A un kilómetro, en la montaña de enfrente, está el Monumento Nacional William Wallace, una torre de 70 metros de alto que alberga la historia de héroes y personajes de renombre en la historia de Escocia.  Ana seguía embobada con los paisajes que se asomaban una y otra vez en el camino.

Con varios días a cuestas, llegamos finalmente a Edimburgo. Una ciudad envuelta en piedra gris, con aspecto medieval. Sobre un volcán extinto se levanta imponente el castillo de Edimburgo que jamás fue conquistado, y es que llegar a la cima no es cosa sencilla. La Royal Mile, calle principal de la parte vieja de la ciudad, tiene en el punto más bajo, la residencia de la realeza y en la cima, el castillo. Sobre las laderas de esa montaña hay un sinfín de callejones y edificios con infinitas historias, porque no todo son caballeros y princesas. Mary King’s Close es uno de los más importantes callejones de Edimburgo, no sólo porque hoy está debajo del edificio del ayuntamiento de la ciudad, sino porque era un centro comercial en el siglo XVII. Precisamente, ahí se puede descubrir cómo vivía la gente hace cientos de años, con historias de gente común, donde se muestra la faceta menos glamorosa (y vaya que no lo es) de la vida de los residentes de Edimburgo. Ahí en la calle es común ver a gaiteros tocar melodías típicas. La ciudad está llena de museos, pubs y restaurantes que permiten descubrir Escocia desde cualquier ángulo.

El jinete perdió el control del corcel blanco y cayó al suelo. Cuando se levantó vio el castillo frente a él. El dragón sacaba llamaradas. La princesa lo vio desde la torre del castillo y sonrió. La gaita había dejado de sonar. El caballero desenfundó la espada…

Escocia está llena de clichés. Imponentes castillos medievales por doquier, dignos de cuentos de hadas. Hombres que visten kilt y tocan la gaita, un sonido único que lleva la imaginación al límite. No todos son pelirrojos, mucho menos son rudos, son incluso relajientos. Paisajes verdes, bosques encantados y acantilados imponentes. Vacas de peinado atípico y innumerables borregos.  Aye!

Consejos y datos:

  • Kinloch Lodge es un hotel y restaurante en la Isla de Skye, donde además de disfrutar de la atracciones naturales, el servicio es de primer nivel. El restaurante es simplemente imperdible. kinloch-lodge.co.uk
  • Kilmartin Castle recibe todo tipo de huéspedes. Se puede reservar a través de airbnb y la estancia mínima es de cuatro días. El castillo entero es para los viajantes, además se puede pedir servicio de cocinero privado. airbnb.mx/rooms/6049149
  • The Real Mary King’s Close es el tour donde se puede apreciar cómo vivía la gente ajena a la nobleza escocesa, a qué se dedicaban y cómo resolvían los problemas del día a día. No es un tour de miedo, de hecho es una experiencia apta para todas las edades. realmarykingsclose.com
  • The Scotch Whisky Experience es el mejor lugar para conocer cómo se hace el whisky, cuentan con una colección que tiene más de 3384 botellas, explican las diferencias de sabor, textura, aroma, y por supuesto, permiten catar. scotchwhiskyexperience.co.uk
  • Para más información de Escocia y sus atractivos turísticos visitar visitscotland.com

Escocia Al Son de la Gaita - Octubre 2017